Parte 22 – La agonía de Karl

Evelyn se enfrenta a una vida dura y llena de sufrimiento. Abandonada por sus amigos y por la sociedad, decide pedir ayuda a un viejo amigo por correspondencia cuando su maltratador padre decide subastarla.

Cuando la ayuda se presenta a última hora resulta aparecer bajo la forma de un siniestro y torturado Conde con el rostro y el cuerpo quemado en un terrible accidente.

¿Será ese hombre la ayuda que Evelyn necesita? o cometerá el peor error de su vida al aceptar todas sus condiciones.

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El doctor revisó la garganta de Gabriel y auscultó con el estetoscopio su torso bajo la atenta mirada de Evelyn.

—¿Ha vuelto a tener fiebre?
—Ya ha remitido completamente—respondió Gabriel abrochando de nuevo la camisa— pero aún siento ahogo al respirar.
—El humo parece que no ha causado mayores daños, debe seguir haciendo vahos con agua, los baños regulares en las pozas de agua termal son lo más adecuado.
—¿Y qué nos dice del joven Karl?—preguntó Gabriel al doctor.
—Desde ayer no le baja la fiebre y ya apenas grita—se quejó Evelyn—ya no sé si me preocupa más ahora que cuando gritaba constantemente.
-Señor— anunció el doctor sacudiendo la cabeza con pesar—me temo que el joven no lo conseguirá.

Gabriel apretó la mandíbula bajo la máscara de tal forma que Evelyn percibió su frustración.

—¿Por qué cree eso, doctor?—preguntó ella
—Por mucho que se han lavado sus quemaduras, no tienen buen color.
—Pero, tiene mucha menos piel quemada—respondió Gabriel—¿no ha habido algún avance en su cura? Aunque fuese mínimo.
—Lo sé, señor, pero cada hombre es diferente, las heridas de este joven comienzan a rezumar infección, y ésta no tardará en llegar a los principales órganos.
—¿Y qué va a hacer?
—Lo más humano que puedo, como médico, darle el láudano suficiente para mitigar su dolor y dejarlo en manos de dios.
—Creía que darle demasiado láudano podría matarle—incidió Evelyn.
—Mi señora, la muerte con láudano es mejor opción que el fuego de la infección latiendo en sus venas—.concluyó el doctor con un gesto antes de marchar—Si me lo permiten, señores, el joven debería poner sus cosas en orden antes de su última dosis.

El doctor se marchó, dejando al matrimonio a solas en el cuarto.

—¿Te parece bien?—protestó al fin Evelyn tras caminar a grandes zancadas por la estancia.
—Si me parece bien, lo qué.
—¿Dejarás que le maten con láudano?—respondió rabiosa.
—Ya lo has escuchado, Evelyn, la infección corroe su cuerpo, la gangrena no tardará en aparecer y, entonces el dolor será todavía peor.
—¡Tu lo superaste!
—¡Yo no tenía gangrena!
—Ese chico es padre, tiene dos hijos por los que debe seguir adelante.
—Que repitas eso una y otra vez no hará que él deje de sufrir ni cambiará el hecho de que sus heridas están infectadas.
—Pero podría salvarse todavía si lo intenta.
—Evelyn, por favor—intercedió Gabriel.— Ese muchacho lleva casi cuatro semanas luchando, hace días que ha perdido la cordura, ¿no ves la crueldad de dejarle morir de este modo? ¿es que crees que puede intentarlo más de lo que lo ha hecho?

Evelyn se dejó caer al suelo con lágrimas de impotencia.

—Es un niño, Gabriel, tiene dieciocho años, no merece morir.
—Lo que no merece es sufrir—dijo mientras se arrodillaba ante ella— Tu me lo dijiste una vez, ¿no? Es mejor una muerte cobarde que una vida infeliz, crees que si por algún milagro ese chico se salvase no recordará cada día de extremo sufrimiento que ha pasado ¿que no perderá la cabeza y querrá matar a todo el pueblo como venganza por la muerte de su mujer?
—¡Tu no lo hiciste!, Tu fuiste ese chico de la cama y ahora estás aquí.
—Oh, créeme, Evelyn, deseé quemar cada casa de este pueblo, todavía deseo hacerlo—sentenció Gabriel con voz seria.
—Pero no deseaste morir.
—Sí lo deseé por momentos, pero mi ansia de venganza era mayor.

Evelyn le miró con sorpresa ante la contundente crueldad de su marido. Se levantó del suelo para dirigirse hacia la puerta con pesadez.

—Puede ser feliz con sus hijos, mientras respire todavía puede vivir, será un asesinato si lo permitimos.—Dijo con un hilo de voz.
—Será una tortura si permitimos que lo intente siquiera.
—No está bien.
—Nada está bien.—le respondió Gabriel antes de que ella cerrase la puerta tras de sí.
Evelyn caminó por los pasillos del castillo presa de su tortura. En otro momento o en otro lugar, ella no hubiese dudado en aceptar la muerte como salida cobarde para una vida desdichada o para un dolor interminable, pero la situación que se presentaba ante ella en aquél momento era bien diferente.

Karl era un hombre, un niño, más bien con una familia que dependía de él y eso lo cambiaba todo. Si luchaba todavía tenía esperanzas de poder ver crecer a sus hijos, todavía podía encontrar a otra mujer que le amase, a pesar de la desfiguración de su cuerpo. Tenía una vida por delante que merecía ser vivida.

Durante todos aquellos días desde el ataque, Evelyn no había podido dejar de pensar en los paralelismos entre el joven y Gabriel. Sí, era cierto que su marido había perdido un hijo y le consumía el odio por su mujer y que el deseo de vengarse le mantuvo con vida, pero Karl había perdido a su mujer y conservado a dos maravillosos hijos, ¿no era acaso el amor por ellos lo que debería mantenerle con vida con más motivo?

Al menos con Karl luchando por su vida todavía podía justificar la estancia de los niños en el castillo pero, para su propia angustia, no podía dejar de pensar en que si Karl se moría finalmente. Los niños deberían ser llevados a un orfanato o, en el peor de los casos, con los padres maltratadores de Sun. Y aquello la aterrorizaba no tanto por el hecho de haber tomado cariño a aquellos niños como por el hecho de estar dispuesta a permitir la tortura de su padre para conservarlos a su lado.
Casi sin ser consciente de sus movimientos, Evelyn se vio ante la habitación de juegos de los niños. En ella se encontraba el pequeño Paul durmiendo en su cuna y su hermana Evie jugando con unos bloques en compañía de la jovencísima Winnie, la nieta de Winelda y recientemente ascendida a niñera provisional, a pesar de su corta edad.

Las niñas jugaban ajenas a su presencia, si fuese otro el que estuviese allí, le sería imposible determinar el origen humilde de ninguno de los infantes.

—Señora—sonrió Winnie al percatarse de su presencia.
—¿Cómo va todo, Winnie?
—Va muy bien.
—¿Tu sola puedes con los dos? ¿no eres muy joven?
—No es problema para mí,tengo casi ocho años y se portan bien—respondió con suficiencia la niña.
—Claro, es que ya eres mayor.—afirmó Evelyn dándole la razón.— ¿Y te gusta ser la niñera?
—Me gusta mucho, señora, tienen muchos juguetes para Evie y Paul duerme todo el rato. Es mucho mejor que cargar cestas de comida para la abuela.
—Desde luego.

La niña quedó satisfecha con la respuesta mientras volvía a los juguetes con la pequeña Evie.
Evelyn continuó su camino sin brújula por los pasillos del castillo. Durante todos aquellos días en los que Karl aullaba sin cesar ella había usado aquellos laberintos para alejarse de tanto dolor. Hoy, presa de sus tribulaciones y extrañamente torturada precisamente por la ausencia de gritos sus pasos la acercaban cada vez más al pequeño cuarto de criados en donde habían instalado al joven padre.

El sonido de la voz de Gabriel en conversación con otros hombres vibró desde el interior de aquél cuarto. Evelyn agudizó su oído unos instantes ante la puerta para escuchar el contenido de la conversación pero, al no distinguir las palabras susurradas, se decidió a entrar sin llamar.
—Evelyn—se sorprendió Gabriel
—He venido a comprobar si su estado es tan malo como dicen—afirmó ella observando a los presentes.

A parte de Gabriel y el doctor, se encontraban dos hombres desconocidos. El primero, vestía ropas humildes, pero el porte era sin duda de una persona con ciertos estudios y el segundo era sin duda miembro del clero, a pesar de no portar alzacuellos.

—Permite que te presente al Juez Golden y al notario de la corona, Simons — indicó Gabriel con un gesto— Señores, esta es mi esposa.
—¿A qué se debe su visita, caballeros?— sonrió ella con impecable cortesía fingida.
—Los caballeros han venido a tomar declaración del ataque y también dejar constancia oficial de sus últimas voluntades— Aclaró Gabriel.

Evelyn observó el cuerpo hundido en el camastro. Karl, otrora un joven lozano y de constitución fuerte, lucía abatido en el camastro envuelto en vendas sucias. La parte de piel que permanecía intacta por el fuego lucía un amarillo enfermizo y brillaba por causa del sudor y sus ojos, con el brillo apagado, reflejaban la agonía del dolor que acallaba.

Se arrodilló ante él. Lo primero que percibió fue el fuerte olor a infección que emanaban sus vendas. Aguantando el gesto, tomó su mano con delicadeza y le susurró al joven para que la mirase.

—Karl—le llamó con delicadez— ¿Cómo te encuentras hoy?

El joven no respondió hasta el tercer intento de Evelyn, en el que giró la cabeza con gran dolor y la miró con desesperación.

—Me duele mucho, señora.
—Eso es porque estás curándote, debes ser fuerte por tus niños.
—Cuide de ellos, mi señora.—pidió con un hilo de voz
—Ya lo hago—respondió Evelyn con una sonrisa al saber que él pensaba en sus hijos— Los cuidaré hasta que te recuperes.
—Me temo que no me recuperaré, mi señora, el fuego ya está por todo el cuerpo.
—Sí, tienes que recuperarte, ¿qué será de tus hijos si no sobrevives?

Él tembló con gesto de dolor y perdió su mirada en los hombres tras de ella.

—No les lleven con los padres de Sun—imploró— les suplico que les busquen un hogar. Que les den comida y ropa. Un techo bajo el que crecer juntos.
—No hará falta nada de eso, Karl, te recuperarás— animó Evelyn
—Por favor, no quiero seguir con este dolor—pidió desesperado hacia Gabriel mientras convulsionaba— Mátenme ¡Mátenme!

Gabriel aferró a Evelyn por los hombros y la sacó del cuarto casi en volandas. Mientras la conducía por el pasillo, los gritos del joven resonaban como los primeros días.

Evelyn enterró el rostro en el hombro de su marido antes de romper a llorar desconsolada.

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